¿Qué es eso de la Evangelización?

Reconozco que ya no sé en qué consiste evangelizar. Hace años los misioneros iban a tierras lejanas para hablar del Evangelio y presentar la Buena Nueva. Hoy parece que todo consiste en hacer obras de caridad, esas ONG presentes en tantos lugares que nos hablan del amor de Dios que se parte con el hermano, pero que silencian el por qué de ese amor para no ofender su idiosincrasia. Si, lo silencian, es una realidad que ya no se evangeliza tal y como veníamos entendiendo. Si de algo se ha criticado a Santa Teresa de Calcuta es que precisamente intentara convertir a sus pobres. Y una se queda anonadada ante esa especie de silencio presente en cada uno de los creyentes. No hay pasión por el anuncio del Reino de Dios, hay afán por darse a los demás en obras de caridad y misericordia pero solapando el porqué de esa dedicación plena al otro.

Habla el Papa que Evangelizar no consiste en hablar, ni en predicar, exclusivamente. Evangelizar es ser testigos del amor de Dios presente en nosotros. Y para eso se necesitan unos pilares fundamentales que están demodé en nuestra sociedad: la oración, los sacramentos y la caridad. Tres columnas vertebrales sin las que no hay evangelización de los pobres. Podemos tener comedores de Cáritas para todo tipo de creyente, sean o no cristianos, pero si no mostramos el deseo de que vean la luz de Cristo, probablemente nos hemos convertido en una sociedad filantrópica, no en el refugio donde se imparte la caridad, en el sentido cristiano de la palabra.

El peligro de no dar testimonio de nuestra fe está en esa especie de cómoda postura de silencio frente a los graves acontecimientos que se ciernen sobre la religión y la vida cristiana. El silencio manso de quienes no quieren discutir sobre ideología de género, religión en la escuela, aborto, relaciones extramatrimoniales y tantas otras cuestiones peliagudas que de ser tratadas podrían llevar al enfrentamiento con el compañero, el familiar o el amigo.

Mejor, el silencio y la muestra palpable de nuestra fe en las fiesta populares de la ciudad, en las procesiones rocieras, en las tradiciones religiosas. Ahí ha quedado reducida la pasión del Evangelio, en un testimonio puntual.
Y vienen los modernos a decirnos que la Iglesia es una cloaca de integrismo que pide lo imposible a la humanidad. Cuando la realidad es que la Iglesia es esa comunión de los fieles, pecadores todos, que busca la santidad sabiendo que necesita de la gracia de Dios para seguir adelante. Si pudiéramos convencer a los demás de esta realidad nos verían con otros ojos.

Como bien decía monseñor Demetrio ya no hay política que sea opuesta al pensamiento dominante, a la colonización ideológica de este incipiente siglo XXI, donde las contradicciones son tan llamativas que la gente termina por dar la espalda a la religión. No por falta de deseos de conocer a Dios sino por la total incongruencia en la que vive el creyente. Porque no nos preocupa la salvación de los demás, sino el cumplimiento de algunas obras de misericordia que se han convertido en un mantra para los fieles. Olvidando el resto de las mismas.

Puesto a analizar por qué ha claudicado la sociedad ante el hedonismo actual, no hay más verdad que la de la disolución de los verdaderos profetas de nuestro tiempo que predicaban a tiempo y destiempo la conversión de los corazones. Porque no hemos venido a construir una arcadia feliz en este mundo, sino a salvar almas para el venidero. Y cuando se olvida esta realidad, se puede convivir con los valores de una sociedad corrupta sin el más mínimo cargo de conciencia.

Acerca de Carmen Bellver

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